Las cosas cambian y mucho con el tiempo. A finales de los años 80 comenzó mi andanza por el bello y noble deporte de La lucha Canaria. Más que un deporte al uso, era un vivero de valores, donde la nobleza era el ambiente que respiraba el público que asistía a estas contiendas,. Dos equipos cada uno de un municipio, formado por doce ediles, doce guerreros por ambas partes , que se rifaban una victoria final por eliminación. Cada luchador tenía dos oportunidades para dar con el cuerpo de su oponente en el terrero, por cualquier parte que no fueran las plantas de los pies.
Lo cierto es que todo ha cambiado, no voy a decir que de un modo especialmente negativo. Hoy en día casi todos los senior en un equipo convencional, lo conforman por una parte la mentalidad cuando don dinero se mete en medio, y la actitud otra. Se piensa más en mantener el contrato establecido con el club donde se milita que en dar un espectáculo para los asistentes. Lo cierto es, para ser justos, que aún guarda una reminiscencias de antaño.
La nobleza sigue viva, los primeros luchadores que inician el espectáculo, en la mayoría de los casos, dejan un buen sabor de boca al espectador, por su destreza, su agilidad, y muchas veces por su nobleza.
Lo cierto es que continúa siendo un deporte diferente, que además, en gran medida, sigue siendo una fábrica de valores.